El día que maté a Duhalde.
El día que maté a Duhalde
fue un día espléndido.
Al caer muerto
el perverso Cabezón,
la neblina que cubría la mañana,
se esfumó,
y una luz radiante
calentaba los corazones
con los rayitos del sol.
De los piquetes
brotaron
mariposas.
El día que maté a Duhalde fue un festejo popular.
En las plazas cantaban los niños,
en los árboles lo hacían los pájaros,
y la brisa que me acariciaba el pelo
también parecía cantar: “Justicia, Justicia”.
El día que maté a Eduardo Duhalde,
se me llenó de alegría el corazón
en mis manos empuñe libertades
en mis gritos verdades
que condenaron al Cabezón:
“¡Que mueran los traidores
que al pueblo hicieron llorar!
¡Que lo piensen dos veces
a la hora de transar!”
El día después
que maté a Duhalde
envié su imagen a todos los diarios:
mostré su cara ensangretada
su esencia mutilada
su cuerpo abandonado.
No me importó
ni su hermana
ni su madre
ni que hacía por las tardes,
NADA
DE SU VIDA
ME IMPORTÓ.
Pero me hice cargo.
No me escondí tras un nombre
No coimié ni especulé.
No acuse a otros
ni dormí en los brazos de mi cobardía,
o manipule Los Medios:
Me hice cargo,
lo grite en cortes de ruta
y en el Puente Pueyrredon
Lo pinté en la estación Dario Y Maxi
lo conté en la olla popular del comedor.
Me hice cargo y estás muerto cabezón.
Fui vestida con colores a tu entierro
Prendí gomas en tu tumba,
contaminé la tierra que te cubría
con basura podrida,
escupí en los floreros vacíos,
partí tu lápida con una gomera.
Hasta nunca,
que te garúe finito cabezón
vos bien sabes,
yo te avisé
que tarde o temprano
las balas de Avellaneda,
iban a volver.
¡PUM!