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Historia de amor con un buen final a medias.


En un pequeñisimo pueblo, de una incierta ubicación geográfica, descansa el Guardián del tiempo. Estas tierras desconocidas se someten a su poder. La puntualidad se ha convertido en una ley de facto.

Bestia enorme y horrible, custodio de las horas.

Artífice de los comienzos

Amo de la vida y la muerte

Dueño de finales

Vigilante del tiempo

Reloj eterno

Verdugo de las deshoras

El Guardián duerme en una oscura cueva y goza de controlar “el ahora sí”, “el por ahora esto” y “mejor aguanta que todavía no”. Egoísta y mezquino, marca pasos y dirige las vueltas.

- ¡Atrapemos a la Bestia entonces!- grita por dentro la hija única de la costurera, joven que odiaba las injusticias

Cabello largo y negro

Piernas fuertes

Boca grande

Barriga llena

Mirada desafiante

Pero sobre todo hecha de un cuerpo completamente agotado de vivir presa del tiempo marcado por La Bestia, que no la dejaba amar sin medidas a la prima de la verdulero, que forzosamente concurre a contraturno a la escuela y ni hablar de los escasos encuentros en el parque central donde sólo había tiempo para un beso y nunca para el roce de los cuerpos...ese roce que tanto anhelaba la hija de la costurera, que solo existía en los sueños, eso si es que había tiempo de soñar. - Hoy no nos besaremos, y mañana tampoco. Lo que haremos es planear la cacería del Vigilante del tiempo.- Durante días las amantes no probaron el sabor dulce que les apretaba los labios, ese gustito que siempre quería un poco más. Estaban sedientas de justicia, su único objetivo era romper con las barreras del tiempo que las amarraba al orden indiscutido. Decidieron atacarlo por la noche, con las estrellas de testigo. Atravesaron el bosque y treparon la montaña, La Bestia reposaba sobre cientos de relojes que marcaban el tiempo de cada uno de los pueblerinos. Fanático del orden, El Vigilante congelaba en el tiempo a aquel que osaba con ser impuntual, de modo que las heroínas debían moverse agazapas bajo el manto de la noche. Allí lo encontraron, bailando entre agujas al ritmo de un tic-tac infernal que nada conocía de sorpresas y rebeldía. Y las jóvenes amantes que tanto deseaban sentir el cuerpo de una sobre la otra, que tanto deseaban verse envueltas en pasiones más allá del tiempo, que la sangre les hervía la piel pidiéndole esas caricias que debían ser eternas ¡que tanto! Decidieron arriesgar sus vidas en nombre de la libertad. La primera tomó la red en sus manos y la segunda sería carnada de distracción para La Bestia. Todo debía durar lo que dura un beso, si el tiempo se les escapaba podrían convertirse ellas en victimas esa noche y quedar congeladas durante toda la eternidad. La joven hija de la costurera besó a su compañera, la besó y en su lengua bailaron rojos deseos, el sabor del amor desatado y al desprenderse de su boca le quedó el gusto amargo de una inexorable y desgarradora despedida. Corrió con su alma y se paró frente al Verdugo de las libertades.

- Aquí me tienes Tirano. Me he hartado de ser tu esclava. Llegó ahora tu turno, seré yo entonces la que te castigue.

El Guardián que danzaba sobre relojes de cuerda y arena se posó furioso sobre sus cuatro patas, pero no alertó que por la espalda lo atacaría la prima del verdulero. Cayó la red sobre él. Como un paradoja enorme como La Bestia sucedió que esta no tuvo tiempo para defenderse. Atrapado ya en las redes, las amantes se encargaron de pisotear y destruir los relojes. Se podían escuchar los gritos de libertad que provenían del pueblo debajo de la montaña. Pero el destino cruel también bailaba en la claridad de la noche: las amantes no sabían, no advirtieron que entre las garras del Mezquino aún permanecía un reloj ¡Ay de qué oscuro color se pintaba el futuro de nuestras jóvenes amantes! El reloj era el correspondiente a las horas de la hija de la costurera. El final era irreparable. Esa misma noche la costurera lloraría el nombre de su única hija. Pero la que no lloró nunca fue la amante. No lloró, sino que hundió su cuchillo en el pecho del Guardián del tiempo arrancándole el corazón de reloj de arena, que dejó de contar los minutos al instante.

La prima del verdulero baja la montaña con La Bestia envuelta en redes, ya muerta. Desciende la montaña con el sabor todavía fresco del ultimo beso y con las manos llenas de libertades pero sin su amante.

Historia de amor con un buen final a medias, o quizás no, porque ya no hay principios ni finales en el pueblo donde no existe el tiempo.

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